Seguramente basta mencionar la palabra estrés para que casi todos nos quejemos de una sobrecarga del mismo. Sin embargo, pocos saben realmente qué significa éste tan “traído” concepto.
El estrés no es “tener muchas cosas que hacer”, sino cuando demandamos a nuestro organismo más de lo que éste puede llegar a abarcar sin sufrir un desequilibrio.
La palabra estrés significa tensión mental, emocional o física. Es un término que viene de la física, dónde se refiere a una fuerza que produce deformación o tirantez.
Cuando nos referimos a los efectos negativos del estrés nos referimos cuando hacer algo en exceso durante demasiado tiempo, puede alterar el equilibrio natural del cuerpo, hasta el punto que éste no es capaz de manejar las demandas y las tensiones de la vida cotidiana. Al reducir su capacidad, al cuerpo le resultará más difícil volver a establecer su equilibrio, lo cual significa mayores exigencias y tensiones. Es así dónde nos metemos en un círculo vicioso que no hace más que perjudicarnos.
Pero me gustaría hacer hincapié en lo que he dicho sobre “tensión mental o emocional”, puesto que seguramente la física, todos la entendemos o creemos entenderla. El estrés puede tener que ver con cualquier cosa que se haga o deje de hacer, no solo con “lo que creemos que deberíamos hacer”. Por ejemplo, un exceso de trabajo, descanso insuficiente pueden llevar al agotamiento, pero también un estado constante de poco entusiasmo o diversión insuficiente, causan infelicidad, y ésta puede ser también una situación de estrés. Igual que pensar reiteradamente en temas que nos preocupan pero para los que no tenemos soluciones inmediatas (lo que sería “darle constantemente vueltas a ciertas cosas”) producen un agotamiento que, como no, va a tener sus manifestaciones físicas.
En general, un cuerpo sano está preparado para hacer frente a las exigencias de la vida cotidiana, es lo que llamamos reacción de estrés, que poco tiene que ver con lo que consideramos el estrés negativo. La reacción de estrés, sin dramatizar, es aquello que nos mantiene vivos, digamos que es como “la gasolina “ que nos pone en marcha para la vida cotidiana. De hecho, muchas personas sufren el estrés negativo porque están poco estimuladas, por lo que no aprovechan esta reacción de estrés. Así, estar desmotivados, pasar demasiado tiempo inactivos, o preocuparse en exceso, sería una fuente inagotable de estrés, que además de síntomas psicológicos de malestar, va a ir dañando nuestro equilibrio físico. Curiosamente, últimamente se ha visto que los niveles de estrés negativo son más altos por ejemplo, en las personas que en estos tiempos mantienen su puesto laboral, que en los que lo han perdido (sin minimizar el estrés que puede causar en éstas las consecuencias de su situación).
Detectar los síntomas del estrés es relativamente fácil si estamos atentos a nosotros mismos. Por ejemplo, afirmaciones como que “nos es imposible relajarnos por el ajetreo de la vida cotidiana”, sentirnos constantemente cansados (sin que haya una situación concreta que lo explique), despertarse con la sensación de no haber descansado, pensar constantemente en lo que “deberíamos estar haciendo”, sin poder desconectar, constantes e inespecíficos problemas de salud (como dolores de cabeza, problemas gástricos, dolores de espalda, etc.), estado de ánimo deprimido o irritable, problemas en las relaciones personales, etc. suelen ser síntomas muy frecuentes del estrés.
Una buena pregunta que deben hacerse las personas que sufren algunos de estos síntomas, o que normalmente se ven “superadas por la situación”, es si es realmente la situación lo que las supera, o es que no están poniendo en marcha las estrategias adecuadas para enfrentarse a ella, con el consiguiente agotamiento mental y físico que ello conlleva, puesto que, como hemos dicho en muchas ocasiones, mente y cuerpo no están separados, ambos interaccionan.
De hecho no es infrecuente que el mal afrontamiento de situaciones de la vida cotidiana, que va generando estrés negativo, acabe causando múltiples problemas psicológicos, como síntomas depresivos, problemas sexuales, ansiedad, o incluso adicciones, puesto que muchas personas recurren a sustancias de efecto rápido que contrarresten el agotamiento de su cuerpo, y poder intentar así seguir adelante.
Si a todo ello le añadimos que el estrés nos lleva a adoptar hábitos poco saludables, es más que probable que aún empeoremos nuestra condición física. Entre éstos hábitos suelen estar:
– Trabajar hasta tarde.
– Sentir impaciencia o frustración cuando las cosas no van tan rápidas como nos gustaría.
– Hacer listas demasiado largas de cosas “a hacer”, que casi nunca conseguimos cumplir, así que se añade el sentimiento de culpabilidad por no haberlo hecho.
– Sentir que no nos bastan las horas del día, o al contrario, que el día se nos hace interminable.
– No comer a horarios regulares y hacerlo con prisas.
– Fumar.
– Beber alcohol.
– Sentirse sin energías para hacer actividades placenteras.
– No poder desconectar de los pensamientos que nos agobian o preocupan.
Cómo he dicho, el estrés negativo no siempre viene por un exceso de trabajo o actividad, de hecho puede producirse también por la falta de la misma, debida a la poca motivación para poner en marcha un planning de actividades, o por no dejar tiempo para actividades que generen placer en el cerebro.
Muchas veces, la solución no es reducir la actividad, ni quejarse por todo a lo que debemos enfrentarnos, sino más bien se trata de encontrar la manera de enfrentarnos de manera adecuada a lo que la vida nos plantea cada día. Seguramente en este punto es dónde más nos puede ayudar el psicólogo, enseñándonos tanto estrategias de afrontamiento del estrés, como, (por supuesto, todos los casos son distintos) enseñarnos a relajarnos cuando es necesario, a cortar los hilos de pensamientos negativos interminables, aprendiendo a gestionar el tiempo, a volver a hábitos saludables, etc.
Del estrés se puede hablar mucho. Y de sus consecuencias sobre el organismo, que agotado acaba enfermando, quizás mucho más. Y sobre todo dejar de partir de la idea de que lo que ocurre en el cuerpo, no tiene nada que ver con lo que pensamos o como nos comportamos. Así, desde un afrontamiento psicológico, y médico cuando sea necesario, conseguiremos restablecer nuestro equilibrio, ése que nos ayuda a vivir la vida de una forma más placentera y con más salud.
NURIA CANSECO PUENTE
Colegiada B-01309
Licenciada en Psicología por la Universidad de Salamanca. Máster en Psicología general sanitaria
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